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Por Emilio Rodríguez García

¿Qué le pasa a la universidad?


La universidad. Esa institución venerada, faro del conocimiento y trampolín hacia un futuro mejor. Al menos, esa era la percepción generalizada. Pero algo está cambiando, y los datos que nos llegan de Estados Unidos deberían hacernos levantar las cejas con preocupación, más aún en Salamanca, donde tenemos un campus universitario que vio la luz en 1218 gracias al rey Alfonso IX de León. Intercalo mi verborrea habitual con datos de interés general, para que os quede la sensación de que además de reír y llorar conmigo al leer estas líneas, también aprendéis algo.

Volviendo al tema que nos atañe, esta encuesta de Gallup, revela que solo el 35% de los estadounidenses considera que la universidad es "muy importante". Es una cifra que se desinfla si la comparamos con el 53% de 2019 o el impresionante 70-75% de 2010. En poco más de una década, la percepción ha caído en picado. Y lo peor es que el porcentaje de gente que la ve como "no muy importante" se ha disparado, pasando de un anecdótico 4% en 2010 a casi una cuarta parte hoy.

Me gustaría saber si los encuestados son del norte o sur del país, de zonas céntricas o despobladas o asiduos al fentanilo. Eso podría explicar los resultados tan desastrosos de la encuesta, pero para poder continuar, supongamos que la muestra abordada ha sido relevante y representativa de un país que, dentro de bien poco podría perder el liderato del comercio global en favor de China. Perdón, que me voy por las ramas. Es sentarme a escribir y mis dedos vuelan solos. Sigamos por donde lo dejamos.

Esta tendencia no es flor de un día, y tampoco se limita a un grupo concreto. Se observa en todos los segmentos de la población (o eso dicen en el estudio). Es cierto que entre los republicanos la caída es especialmente pronunciada (viendo a algunos de sus representantes, uno podría decir que la sorpresa no es tanta), pero el declive es general. Esto, para quienes creemos firmemente en el valor del sistema universitario, debería ser una señal de alarma. Y no, no es lo mismo una FP; no se enseña lo mismo ni los cerebros se estructuran ni preparan de la misma manera. Hay diferencias sustanciales.

¿Y por qué este cambio tan radical en la percepción? Parece ser que los elevados costes de la matrícula son un factor innegable. Estudiar en la universidad se ha convertido para muchos en una losa que hipoteca el futuro antes de que este empiece. En España no es tan grave -al menos en la pública-, pero en Estados Unidos se requiere de una gran inversión. Y quizás lo más doloroso, está en la falta de rentabilidad. Se invierte mucho dinero y tiempo, pero el retorno no siempre es el esperado, y el famoso título ya no garantiza ese puesto de trabajo soñado. La titulitis ya no vende.

Además, ahora tenemos alternativas cada vez más atractivas. La formación profesional o técnica, las microcredenciales que se centran en habilidades específicas o el auge del aprendizaje online ofrecen caminos más cortos, económicos y a menudo más conectados con las demandas del mercado laboral actual. Si a esto le sumamos los cambios que la inteligencia artificial está provocando en el mundo del trabajo, es lógico que muchos se replanteen la necesidad de un grado universitario tradicional.

Lo que ocurre en Estados Unidos, con su sistema universitario de renombre y sus desafíos económicos, puede ser un espejo de lo que podría suceder (o ya está sucediendo en menor medida) en Europa.

La universidad debe adaptarse. Debe demostrar su valor más allá del título, ofrecer flexibilidad, y asegurar que la inversión de tiempo y dinero se traduzca en oportunidades reales y en una formación que responda a las necesidades de un mundo en constante cambio. De lo contrario, seguiremos viendo cómo su prestigio se desinfla, con consecuencias que aún no podemos prever. Sería demasiado triste ver cómo nuestra famosa Universidad pone fecha de caducidad a sus más de 800 años de actividad porque no hemos sabido adaptarnos a los cambios que exige la sociedad actual.